La juventud estudiosa y alocada retorna a sus lares al finalizar el curso que se deslizo tranquilo. Minerva y cupido distribuyeron equitativamente las estudiantiles tareas para evitar que el tedio y la monotonía se adueñase de estos espíritus inquietos de hoy y que mañana serán sesudos varones.

Las ansiadas vacaciones esperadas con tanto ahínco siempre, desde que el curso comienza, transcurrirán fugaces entre jolgorios y alborozos y cuando los calores estivales empiecen a entibiarlos las primeras brisas otoñales; cuando el mosto ya fermentado en la bodega espera el trasiego, el campo yermo solicita quietud para dar el año venidero la sazonada cosecha, y cuando el cierzo otoñal comience la zarabanda con las hojas que en raudo remolino y en fantástico torbellino cruzaron el espacio alfombrando pasajeramente el suelo, anunciarán a los bullangueros estudiantes que es la época de regresar a la vetusta Compostela a proseguir las interrumpidas tareas que el estío puso un compás de espera. Las gráciles figulinas añorantes de las travesuras de Cupido, dejarán tejer la red para enredarse de nuevo y prácticas ya en el arte de Ovidio, aguardarán a que los dardos del cacaj del niño alado venga a herirlas.

Ellos ahítos de ilusiones con ansias de estudio y con el eterno deseo de hacer vida nueva de no dejar en paz los mamotretos que seguirán cerrados en la mesa durmiendo el sueño de los justos, hojeados solamente a la ligera cuando el temor de ser preguntado se avecina.

Aburridos de, clases y lecciones regresan hoy al solar nativo a la sombra del árbol donde descansarán estos animosos jóvenes, de las fatigas pasadas, recordando, los últimos apuros, durante los exámenes y convalecientes de la nueva enfermedad llamada, Examinitis aguda caracterizada por síntomas físio-patológicos precisos.

Esta entidad morbosa endémica en los centros docentes hace su aparición en los meses de Junio y Septiembre, sé, exacerba al constituirse el tribunal y como el contagio es manifiesto a pesar de no haberse encontrado en los análisis verificados hasta la fecha, el germen productor; sufren las caricias de esta penosa afección todos, los que tienen, que pasar por las Horcas caudinas del examen. Pasado el Rubicon la mejoría es manifiesta. Acaso creáis que esta dolencia es patrimonio de los desaplicados y que está, en razón, directa de la escasa ciencia de los examinados y no es así pues en la fauna estudiantil se ven curiosos ejemplares; jóvenes ignaros blasonando de la mayor sangre fría, y por el contrario se dan casos de otros que perfectamente preparados son presa de los trastornos de esta penosa y molestísima enfermedad.

La idiosincrasia juega aquí un papel importante y como causas predisponentes figuran en primer término la timidez y la pereza. El santo temor al suspenso obra también de manera harto elocuente y bien manifiesta por las consecuencias que ocasiona y que de él derivan dignas de tenerse muy en cuenta: entrevé el verano que le espera, las reprimendas del padre disgustado, la decepción de la novia, las alusiones mortificantes de los buenos y cariñosos amigos que se solazarán con el mal ajeno y comentan el resultado desastroso entre burlas poco piadosas y rechiflas incisivas, como la envidia es la peor consejera se alborozan del resultado fatal obtenido por que de esa suerte, se retrasará el momento de que el título académico le dé la superioridad que ellos ambicionan y que no pueden aspirar por incapacidad o por carencia de medios.

Todo esto desfila por el magín del que ahora descansa a la sombra del copudo y añoso roble, y si en su cartera guarda el fatídico suspenso piensa en los síntomas de la enfermedad pasada que se exacerbaran en el próximo Septiembre ante la penosa perspectiva de ver nuevamente al profesor origen de sus desventuras y el pensar que de nuevo ha de sufrir sus impertinencias, retener su monótona explicación, repasar el mismo texto, ojear las mismas lecciones, cruel martirio que no hay fuerzas humanas que puedan soportarlo.

Pero si en vez del suspenso es el aprobado, la nota que radiante acaricio entre sus manos y hoy avaro guarda como preciada joya de inestimable valor, entonces ¡cuan distinta es la perspectiva! No es el recuerdo abrumador que tortura, ni la eterna pesadilla que anonada, es la intima satisfacción que siente, y no será el cangilón que ha de recorrer el mismo circuito sino que ya escalo otro peldaño que le acercara a la meta de sus aspiraciones y fantasea con el porvenir en las dichas y venturas que le deparará la veleidosa fortuna que si es avara con otros, con él ha de ser pródiga, colmándole de dones, siendo el blanco de todas las envidias la brillantes posición que en sociedad le dará su título. Las alas de su loca fantasía le llevaran en raudo vuelo por las regiones del ensueño y al volver a la realidad apenas asomará a su mente el prosaico recuerdo de las horas angustiosas pasadas cuando con rostro pálido se acercó al tribunal, la ansiedad desesperante, la incertidumbre sentida esperando el momento supremo en que el bedel salió voceando las notas; aquella sed intensa que sus secas fauces sentían, el mareo producido por el insaciable deseo de fumar, el estómago nauseoso, el tartamudeo en la voz, los trasudores y el exagerado ir y venir incontables veces... al lugar que excusado es nombrar. Síntomas todos de aquella crisis pasada y que no deja huella más que en el recuero difuminado de las cosas que pasaron y tardarán en volver.

Ahora a descansar, a recuperar fuerzas perdidas. La cocinera lugareña, vigilada por el desvelo maternal, hará primores que su estómago apetece, un sazonado condumio le alimentará compensando la desnutrición causada con la bazofia que la patrona le daba, la jícara de chocolate pesetero se tornará en enorme tazón lleno de exquisito y humeante, con las doradas tostadas de manteca casera y el vasazo de leche que manos maternales le dejarán tempranito en la mesilla para que sirva de refrigerio matutino y que el sueño matinal ayudara a digerirlo; se atracará de filetes bien adobados y que su estómago añoraba cuando en la mesa le servían aquellos trozos de suela y que a pesar del machaqueo incesante a que fueran sometidos no había fuerzas humanas que pudieran masticarla. En vez de aquel cocido llamado pomposamente a diez garbanzos insípidos, una patata dura y una piltrafa de carne, verá la humeante olla podrida; también aderezada que su apetitoso olorcillo no hay inapetencia que se resista.

La habitación embalsamada con la penetrante aroma de las flores silvestres recogidas cotidianamente por femeniles manos adornarán su coquetona alcoba de soltero y en el centro de la cama de palo santo con afiligranados dibujos con sábanas de nítida blancura oliendo a romero, colchones de lana de las ovejas de casa, escogida para descansar muellemente y que le recordaban los entarugados de la posada que en vez de lecho regalado convertianlo en lecho de Procusto.

Como en el tiempo es poco, hay que aprovecharlo, los libros yacen olvidados en el rincón polvoriento esperando al otoño para orearse. Al estudiante en vacaciones sucédele lo que a aquella dama de levada estirpe al decir que los días en Madrid no tiene veinticuatro horas; él piensa lo mismo.

Las escapadas al monte, son frecuentes, a sorprender la caza a pesar de la veda respirando a pulmón abierto las brisas estivales y recibiendo en pleno rostro la caricia de un sol de justicia que bronceará su tez.

Las excursiones campestres, la merienda en el umbroso boscaje, la campiña incomparable, el rumoreo de la selva, harán de él admirador constante y eterno enamorado de la naturaleza que muestra sus encantos, sus galas y atavíos de eterna prometida. En las fiestas lugareñas lucirá su porte gentil y haciendo corro de bellas y agarimosas campesinas les dirá en habla mimosa de la vieja Suevia bellos romances, entonando el dulce alalá que evocará en su alma los recuerdos pasados de estirpe celta que por sus venas corre impetuosa.

Y cuando el sol trasponga el horizonte marchando hacia el ocaso y las primeras sombras envuelvan el solar celta, ya de regreso a la casa solariega escuchará los dulces sones de la campaña lugareña que invita a la oración sintiendo los nostálgicos ecos de su niñez que plácida discurrió entre mimos y caricias.

P.P.T.

Bueu, julio 1913

Verificado el sorteo del Elefante, hermoso reloj que regalamos a nuestros lectores, ha correspondido al número 196 de que es poseedor D. Francisco Miranda.

Celebróse el acto con todas las formalidades ante una comisión del periódico, sacando el número el joven marinero D. Manuel Leal Cerviño.

El agraciado recogió ya el obsequio.