Bajo el seudónimo que sirve de título a estos renglones, se halla un tipo estatura regular, enjuto de carnes, de cara afeminada y con una cabeza llena de habilidades, las que por ser en número superior á las que pudiera tener, determinaron la casi completa calvicie de la misma, que a juzgar por lo improductiva se parece a un monte yermo en donde no ha surtido sus efectos la ley de Repoblación forestal.

Se descuelga ese leader del periodismo con un furibundo artículo insertado en la Integridad de Tuy, en el que poniendo las cosas a su capricho, arremete briosamente contra los concejales de este Ayuntamiento por no aprobar la conducta de la Junta local de Instrucción Primaria, otorgando un voto de gracias al maestro Sotelo, por escritos publicados en varios periódicos sobre cuestiones pedagógicas y entre otras cosas, desquiciadas como su artículo por parcialidad y fallo de fundamento, les dice "la pasión del odio" les obligó á protestar por medio de una moción presentada al alcalde contra dicho voto de gracias.

Se atreve también a calificar el acto de los concejales, dándole los motes de "esperpento e imbecilidad" con tanto descaro y tanta frescura como Perico por su casa, impidiéndoles hagan ostensible su manera de sentir y pretendiendo obligarles a opinar como él.

Concede también, creyendose persona, una serie de votos de gracias, que ni al que asó la manteca se le ocurre cosa igual, cuando tan solo hubo uno, el de Sotelo, a fuerza de ruegos de éste, por trabajos publicados en la prensa.

Su imaginación discurriendo por los montes existentes entre Valado y Enleito, le induce a felicitar a Sotelo, trazándole el camino que debe seguir, declarándose partidario de la extravagancia por afinidad de ideas con el felicitado y manifestando su perseverancia en el acuerdo, asegurando equivocadamente se hallaban en la misma actitud los que en aquél han intervenido.

Estas y otras cosas consiguió Tiburcio en su escrito, lanzando pestes contra los concejales que ni el más burdo patán de aldea se atrevería a manifestar y menos publicar en un diario, a no ser fuese cegado por una desmedida pasión que revelase se hallaba lejos de sí todo lo relacionado con la prudencia y la cordura.

Se conoce, muy mucho, que le toca defender de cerca a Sotelo, no ya por haber llevado la batuta en la concesión del voto (batuta sin importancia), sino por el compromiso de honor contraido al haber cumplido éste la penitencia que le había impuesto; de suerte que el voto de gracias, no lo estimó justo Tiburcio por los artículos pedagógicos, pero si lo creyó indiscutible por el mero hecho de humillársele y abrocharle un zapato.

Así hace las cosas el justísimo Tiburcio, modelo de rectitud y nerviosidad, cobijado por un manto, y no inmiscuyamos el de la hipocresía, que desfigura el afecto, hacia el referido maestro; disponiéndose a calificar a los demás, debiendo empezar por sí mismo.

Créese llamado, por su sabiduría a tributar votos de gracias, y ¡pobre infeliz! no se dá cuenta que nadie le reconoce competencia para tal ni se le conceptúa luminosa lumbrera y esto lo demuestra en parte el indefinido color del alero de su cabeza, en el cual se notan también los primeros síntomas de la calvicie.

Además, no hay razón para que salga a la defensa, no tan solo porque no se le ha dirigido frase que pudiera molestarle, sinó también porque la misión que le retiene aquí se limita únicamente a difundir la bondad y el amor al prójimo y no a mezclarse en cosas que no le importan, cuyas intrusiones pueden llegar un día en que le disgustarán, no por la parte personal, pero si por la parte del credo que representa.

¿Cree Tiburcio haber hecho con su defensa una obra magna de redención en beneficio de un semejante? No.

¿Qué fín práctico alcanzó con su artículo y las tonterías en él empleadas? Exacerbar los ánimos y hacer el ridículo.

¿Tiene algo que ver con los votos de gracias lo mismo que sus coadyuvadores no arrepentidos? Absolutamente nada; ganas de figurar, pedantear y ponerse al nivel de Sotelo.

Esta es, en síntesis, la demostración exacta de la sinrazón de su artículo, aparte de los errores en él contenidos.

Por tanto, le falta base para despotricar como lo hizo, puesto que la moción de los concejales a nadie infería la menor ofensa.

Por último, me atrevo a aconsejar al susceptible Tiburcio, y esto no se le figure lleva ánimo ninguno de molestia, que no vuelva a meterse en honduras, porque si estuviese quietecito en su casa, cual era su deber, no habría motivo para aplicarle el adagio "métete a redentor y saldrás crucificado"

ESTRIBELA.

MUNICIPALERÍAS