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Delenda est Monarchia

 por Manuel A. Bares

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    Uno de los hechos más graves producidos por la República es el castigo impuesto a los que fueron ministros de la dictadura del general Primo de Rivera. Se trata de los primeros oficiales del ejército y de la armada, y los más ilustres y abnegados servidores de la patria. Fueron encarcelados en los primeros días de la República, y permanecen aún en prisión, teniendo por carceleros a los que fueron sus subordinados. El ejército ha sido humillado en sus más eminentes miembros, y la patria en sus mejores servidores. Los proceso y condenó el Congreso, investido de la suma del poder público, sin duda como representante de la soberanía nacional, “fuente de todo poder”; y extremó el rigor en el castigo. La comisión acusadora invento o penas terribles, para castigar delitos tan horrendos: cadena perpetua, degradación, confiscación de bienes, etcétera. Se trataba de los hechos producidos por una “dictadura” abominable, que no es la “dictadura del proletariado”, la única legítima, la única necesaria, la única que el gobierno reconoce y acata. Acaso se castiga aquí también una “usurpación de funciones”. La dictadura del ejército o se inspiraba en el bien de la Nación; la del proletariado, en el bien de los proletarios. Aquella vino a reconstruir el concepto de la patria; está vino a destruir lo. Aquella fue constructiva, está destructiva. Primo de Rivera levantó el prestigio del ejército, que estaba en el suelo; la República deshizo el ejército. A cabo o aquel con la guerra de África y con el matonismo en la península; con la anarquía, la inseguridad y el desorden (en sus seis años de gobierno no se ha registrado un desorden en España); restauró ésta el imperio de la barbarie, llevándolo a extremos no conocidos ni previstos. Unió aquel a los pueblos españoles por medio de vías de comunicación, no superadas por ninguna otra nación del continente; saneó las ciudades, fertilizó los campos, por medio de obras de irrigación que fueron objeto de peregrinación de los hombres estudiosos de todo el mundo; construyó muelles para trasatlánticos, poniendo, especialmente, en contacto a España con América; edificó cuarteles para el ejército, que son modelos en Europa; fundó escuelas de guerra, como la de Zaragoza, de la cual dijo el ministro del ramo de Francia, que era lo más moderno que conocía; estableció el mejor servicio telefónico; fomento o la cultura popular, aumentando el número de escuelas y el haber de los maestros; después de fomentar la industria nacional, la expuso al atención del mundo, por medio de los certámenes de Barcelona y Sevilla; quiso moralizar las costumbres, dando normas de conducta al pueblo. El Madrid moderno es obra suya. No se puede tratar aquí esta materia con la extensión de vida.
    Por esta obra ingente, noble y afortunado, la República lo procesa después de muerto y después de haberlo llorado la nación entera.
    Procesa en vida a sus esclarecidos y abnegados colaboradores. ¿Por qué? ¿Por el golpe de estado? No; porque su principal colaborador en este punto, el General Sanjurjo, es hoy la “columna vertebral” de la República, y no está sujeto a proceso. Se los procesa y Castilla, porque han servido a la Nación en un “gobierno de hecho”. Pero la gestión de un gobierno de hecho no es punible sí es buena; y es buena la gestión, si hiciera tiene por objetivo el progreso y el bienestar de la Patria. Se llamaba delito o todo acto que produce daño, con la intención de producirlo. “Los gobernantes de hecho, dice Jéze, no son usurpadores si tienen una investidura irregular, pero plausible”. Sería cosa de averiguar que conviene más a un pueblo: si un gobierno de buen origen y mala gestión, o un gobierno de buena gestión y mal origen. Lo primero es gobernar bien. El título a la posesión del Gobierno, es materia puramente doctrinal. Hemos tenido aquí un gobierno de origen “plebiscitario”, que nadie tachó de vicioso en este punto; pero por su gestión, y no obstante su origen, fue depuesto por la acción del pueblo y del ejército o puestos de acuerdo. Y hubo más: el caudillo que dirigió las fuerzas que abatieron aquel gobierno, lo sustituyó de hecho (porque, como se ha indicado ya, un pueblo no puede quedar sin gobierno) y ejerció las funciones del mismo durante año y medio, sin título legal, pero con buena voluntad y con firme anhelo de bien público. Y con su tarea de reparación patria, terminó su vida; que fue a extinguirse a suelo extranjero; como la del caudillo español, con el cual tuvo tantos puntos de contacto. Pero más feliz que este, su Patria le ofreció el solemne y hondo homenaje de su gratitud, que no alcanzó el primero; con el cual murió, aparentemente al menos, el concepto y el sentimiento de la patria, repudiados por la “República”.
    Y esta fue la doble muerte que sufrió el patricio español: la ingratitud de su pueblo; y el fin (hoy el eclipse temporal) del ideal al que consagró su vida. De tal modo consagró ésta a su Patria, que ha podido grabarse en su tumba la inscripción que Thiers eligiera para la suya: “Patriam dilexit”; si no fuera que su tumba no tienen lápida donde grabarse su epitafio. Yo la he visitado, piadosamente, el 2 de noviembre de 1930; y la tierra, aún removida, que cubría sus restos, no ostentaba sino flores, y algunas tarjetas, entre las cuales se destacaba una muy grande, con esta leyenda: “A Primo de Rivera: las Madres españolas agradecidas”. A falta de la gratitud de la Patria, aparecía allí la gratitud de las Madres; también como un cadáver insepulto.
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    No he podido hacer, con la extensión de vida, el examen de la república y de su obra, al través que su legislación y de sus hechos; porno fatigar demasiado la atención del lector. Este, que conocen una y otros, suplirá lo que al examen falta.
La obra de la República, más que política y más que social, quiere ser moral también, o inmoral. Intenta fundar una moral nueva. Un político español, muy vinculado a los hombres de la República, clamaba, lo mucho, por la fundación urgente de un partido nacional, que sale a España, “atacada ya en sus costumbres”. El honor, el pudor, la honestidad, vicios del “antiguo régimen”, deben ser destruidos, para fundar sobre su ruinas la “virtud republicana”.
    “Seamos bandidos para la felicidad que la República” decía Daton; y Bakunine repitió más tarde: “La Revolución la comprendemos como el desencantamiento de las que se llaman hoy malas pasiones; y la destrucción de lo que, en el mismo lenguaje, se denomina orden social”. Es la revolución que está en marcha en España; elegida para “campo de experimentación” del nuevo vivir.
Acaban de celebrarse las fiestas del primer aniversario de la República, realización del programa del Sr. Ortega y Gasset: “Hay que organizar la alegría de la república”, que él viera triste. Pero la alegría, antes que organizarla, hay que crearla. Y cuando se organiza una alegría inexistente, su expresión resulta una mueca dolorosa y alegría. Supón es una fiesta de tigres. En Madrid según un corresponsal, han estado “tibias”; les faltó, sin duda, el calor de los incendios, de que gozaron las del nacimiento. En Andalucía no han perdido este elemento, indispensable a las fiestas de la República. Las fiestas populares en España, han sido, por tradición milenaria, fiestas religiosas; ahora son fiestas cívicas, esto es, ante o religiosas. No serían cívicas, si no tuvieran este último carácter; si no ofrecieran a la deidad el holocausto de las viejas creencias. Es así como, especialmente en aquel país de las procesiones religiosas y de las imágenes célebres, la Cruz sigue siendo el objeto predilecto del furor de las masas; las que, por extensión, queman también las imágenes de la Virgen, como si fueran mujeres vivas. La “Cruz de la Cerrajería”, en Sevilla, bajo cuyos brazos dormía Murillo, el de las visiones místicas, su sueño de gloria, ha sido destruida. La iglesia de San Julián, de la misma ciudad, de tan solemne antigüedad, ha sido incendiada, junto con las esculturas del Montañés y los lienzos de Murillo, que guardaba en su recinto. Si la República quiere, como lo ha dicho, destruir la religión dominante en España, tendrá que destruir todas las obras de arte, que allí existen. Para preservarlas, en parte, del estrago, las Cofradías se han reunido y acordado constituirse en guardadoras permanentes de las mismas.
    Estas fueron las fiestas de la República, fiestas litúrgicas. El mismo corresponsal, aludido antes, dice que el suelo de Andalucía se estremece de furor y de instinto salvajes, bajo la opulencia de sus cosechas, que sus obras de sembrados salpicados de sangre, salpicaduras simbolizadas por las amapola rojas.
    Las gentes que, de todas partes, iban en peregrinación al país de la luz y del placer, huyen de él, como las aves emigrantes de los climas fríos y los cielos tempestuosos.
    Esas fiestas llegaron también a Buenos Aires, aunque muy desvaídas, por falta de ambiente. La “Asociación Patriótica Española”, de tan noble origen, fuente copiosa de tan hondas y puras emociones, ha ofrecido su salones para que en ellos se celebrarán las exequias de la patria. ¡Tiempos de mudanza, capaces de hacer llorar a nuestros muertos!
    Y es así como el “Delenda est Monarchia”, pat puede resolverse en el “Delenda est Hispania”, simbolizada ya por el “Estatuto Regional”. Cabe esperar, sin embargo, que los propios tiempos cambiantes, que pesan hoy sobre los destinos de España, contribuyan a que ésta recobre la posesión de sí misma. Un pueblo de tal vitalidad, que lleno el mundo y le historia, informó de su sangre a tantos pueblos, conservará, en sus trances más críticos, un principio de que de acción que lo salve.


M A N U E L     A.     B A R E S
ESPECIAL PARA “CRITERIO”

 

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